La Consejera
Otra faceta de Sor María de Jesús de las que se ha escrito muchísimo y, ha sido tema de largas ponencias y debates, es la de Consejera, especialmente, la que ejerció en favor del rey Felipe IV, si bien no se limita sólo a este personaje.
El 10 de julio de 1643, en Ágreda, se presentó por primera vez, nada menos que, el rey de España, Felipe IV. María Coronel Arana contaba 41 años de edad, y el Rey hacía pocos meses que se había desprendido del valido Conde-Duque de Olivares que por espacio de 20 años había dirigido toda su política. Por causa de la sublevación de Cataluña, el Rey se vio obligado a visitar a los escenarios de la guerra; y es así, como en ruta a Zaragoza quiso desviarse a Ágreda para conocer a Sor María. Tras el encuentro histórico se inicia una profunda estima y amistad entre el Rey y María de Ágreda, que tendría para ésta, el sentido de una responsabilidad apostólica de nuevo tipo. En efecto, desde el primer momento, Sor María asumió el peso de una singular protección sobrenatural sobre la casa real española.
Felipe IV deja dicho a la Madre Ágreda que le escribiera: “Pasó por este lugar y entró en nuestro convento el rey nuestro Señor, a 10 de Julio de 1643, y dejóme mandado que le escribiese”, escribe Sor María. Esta correspondencia epistolar durará 22 años, hasta la muerte de María de Ágreda (1665). Fueron 618 cartas entre ambos en total. La primera carta escrita por Sor María lleva fecha de 16 de julio; y la primera del Rey es del 4 de octubre de 1643.
En el primer encuentro la Abadesa habló ya al rey de la Mística Ciudad de Dios, pues estaba redactando la primera versión de la misma. Luego, el 19 de abril de 1646 pasó nuevamente por Ágreda el Soberano con su hijo, el príncipe Baltasar Carlos, y después de la muerte de éste, pasó por tercera y última vez, a visitar a Sor María, el 5 de noviembre del mismo año.
Con respecto a la influencia que ejerció Sor Maria de Jesús sobre el Rey Felipe IV, Francisco Silvela, nos dice lo siguiente:
“Permaneció (Sor María) ajena á toda intriga ó personal ingerencia en sucesos políticos, á despecho de las facilidades que le brindaron las circunstancias, y de los intentos que para utilizar su influencia sobre el ánimo del Rey descubren, en más de una ocasión, amigos y allegados.
Apenas se encuentra en el personaje histórico á la mujer, con vida propia, con personales aspiraciones de secta ó de peculiar interés ó pensamiento, como acostumbran tener todos aquellos, que con fines diversos, influyen en la dirección política de las sociedades; era la pura encarnación de la doctrina cristiana, aplicada al gobierno del pueblo español en el siglo XVII, el órgano de una inspiración que debía pasar de Dios al Rey, conmoviendo su alma, y dirigiendo su pluma, sin poner ella otra labor propia, que su pureza de intención y vida, para servir como menudo instrumento á los fines eternos de Dios y su Iglesia, que debían ser secundados por una Monarquía sujeta á los preceptos del Evangelio, en sus medios y en sus fines, y destinada, en primer término, á defender la verdad católica, y conservarla.”
Y es que para Sor María su misión principal era infundir ánimos en el Rey, así como fortalecer la voluntad y la conciencia del Soberano y, por supuesto, le movía el celo por salvar el alma del Felipe IV y de toda la Monarquía. No podía haber en ella doblez de corazón.
Además de la casa real española entró en contacto con la nobleza de países europeos como Francia, Alemania, Italia y América.
Sor María de Jesús también mantuvo correspondencia con el Virrey Don Fernando de Borja y otros elevados personajes de Zaragoza y de Aragón. El Papa Alejandro VII le quedó muy reconocido por la carta que le dirigió. El Nuncio de S.S. Julio Rospigliosi, futuro Papa Clemente IX, visitó personalmente a Sor María, de la cual fue un sincero admirador. Obispos, arzobispos, cardenales, eran corresponsales suyos o confidentes espirituales. Acuden a ella teólogos y hasta el General de la Orden de la Merced.
Pero, Sor María de Jesús no sólo fue confidente o consejera de personajes importantes, no. Al torno de su convento se acercaban todo tipo de personas, pobres, necesitados, mujeres, mendigos, etc., ninguna de estas personas se alejaban sin un consuelo, sin una palabra de aliento sin una ayuda espiritual o bien material de nuestra Madre Ágreda, pues la caridad era su principal virtud y el celo por los pobres y los necesitados, su bandera. Y es que esta mujer es como ella misma dice: “una indigna sierva del Señor” que sólo deseba servir a su santo Creador.