La abadesa

A Preladinha

A Preladinha

Sor María de Jesús fue nombrada abadesa el 19 de marzo de 1627, luego de que regresaran a Madrid las monjas fundadoras del convento del Caballero de Gracia; por no haber cumplido aún los 25 años de edad, hubo de pedir dispensa papal.

Al ser nombrada abadesa, cargo que, Madre Ágreda, aceptó porque la obediencia se lo imponía, lo primero que hizo fue colocar en la silla principal del coro (capilla del convento) una imagen de nuestra Señora de la Concepción, a quien llamó Abadesa y Superiora del monasterio, reservándose para sí el título de vicaría y sustituta. Puso a los pies de la imagen de la Virgen, como signo de ser su “Prelada” el libro de la Regla y Constitución de la Orden y el sello del convento, es por ésta razón por la que, a esta imagen, le llaman cariñosamente las religiosas “La Preladita”.

También, se comienza la edificación del nuevo monasterio a las afueras de la Villa, aunque si bien es cierto que, ya desde 1624, se contaba con el terreno, la construcción comenzó cuando Madre Ágreda asume el cargo de abadesa. Aunque con medios escasos, la obra duró sólo siete años, ya el 10 de junio de 1633, con “gran regocijo de la Villa” se trasladaron las religiosas de la antigua casona al nuevo monasterio. Todos se admiraban de ver cómo “una pobre religiosa, descalza y tan destituida de medios humanos emprendiese y concluyese en tan pocos años una fábrica tan grande como un convento e iglesia, todo de planta y de los más aliñados y curiosos que puede decirse…” María de Ágreda era una mujer de grandes obras a pesar de que ella siempre quiso estar oculta en la soledad de su celda.

En el año 1652 se llevó a cabo la fundación del Monasterio de la Concepción de Borja, la Madre Ágreda escribía animando y consolando a las cuatro hermanas fundadoras para que siguieran adelante la obra comenzada por el Señor. El monasterio de Tafalla, actualmente en Huarte (Pamplona), y el monasterio de Estella, en Navarra, se fundaron después de la muerte de Sor María de Jesús en los años de 1671 y 1731, respectivamente, por la gran devoción que profesaban las fundadoras a la Madre Ágreda.

Pero, veamos un poco el talante de Sor María de Jesús como abadesa. El ser nombrada abadesa representó para ella tal quebranto, temor, humildad y confusión, que no cesaba de llorar, y siempre que recordaba que lo era, lloraba y se afligía. No obstante, gobernó con celo, observancia, discreción y prudencia; los frutos se veían en: una comunidad llena de fervor espiritual y provista en sus necesidades materiales.

Una de las mayores preocupaciones de Madre Ágreda, fue el cuidado espiritual de sus religiosas; esto le hacía sufrir muchísimo porque ella deseaba que todas llegaran a una unión espiritual con Dios, no por vanagloria, sino por el bien de sus almas: “El mayor trabajo de mi oficio, escribe Sor María, es que mis deseos de la perfección de las religiosas exceden a lo que ellas pueden obrar, y que yo las quiero regular y medir con la luz, doctrina y enseñanza altísima que el Señor me ha dado.” “Y como no es posible conseguirlo, y soy vehemente en los afectos, vivo crucificada, lastimada” “Sólo me podía consolar o detener el que eran mejores que yo, y que en todo me llevan ventajas; pero la caridad y celo, no sé qué se tiene que no se sosiega por el servicio de Dios y bien del prójimo.” Por eso no perdía ocasión de amonestarlas con pláticas, doctrinas; les hacía desafíos después que salían de los ejercicios espirituales para enfervorizarlas. Aprovechaba las conferencias, la recreación, para estimularlas a la practica de las virtudes, especialmente de la caridad para con Dios y con el prójimo. Escribió muchos avisos para que adelantasen en la santidad; y, sobre todo, pasaba muchas noches en oración pidiendo a Dios no permitiese que ninguna de las religiosas jamás se desviase del camino de la virtud.

Con el mismo celo de la salvación de las almas las asistía estando enfermas o próximas a morir. Visitaba y consolaba a las enfermas y procuraba que nada les faltase. Ella misma las alimentaba, las curaba y limpiaba. A las que estaban en el artículo de la muerte, además de asegurarse que les fueran suministrados los Sacramentos, les asistía continuamente en su cabecera, encendiéndolas en amor de Dios y contrición de sus culpas, para que tuvieran grandes deseos de ver al Señor y gozarle en la patria celestial.

Y por último, en la distribución de los oficios nunca miraba a las personas sino a los meritos. Sin acepción de personas daba los cargos a aquellas religiosas que en presencia de Dios creía más convenientes, hasta tal punto se portó con igualdad que jamás hubo ninguna murmuración por parte de las religiosas.

La Madre Ágreda dirigió la comunidad y el monasterio de tal manera, que ocupó el cargo de abadesa durante diez años por nombramiento directo de los Superiores Religiosos y, luego desde que en 1638, se le concediese a la comunidad derecho de elección, fue elegida trienio tras trienio hasta su muerte (1665). Sólo se interrumpió la cadena para el trienio 1652-1655, en el que ella misma consiguió del Nuncio, Julio Rospigliosi, que se negase la dispensa de la reelección.