La Gran Mística mariana
La figura de Sor María de Jesús de Ágreda, (1602-1665), la gran mística mariana del siglo XVII, ocupa un primer puesto entre las grandes contemplativas de la Iglesia. Su profundo conocimiento de la vida interior, espiritual, de la Virgen, como la primera cristiana, su particularísima y prolongada experiencia de la presencia de María en el decurso de su vida, la hace testigo privilegiado de la verdadera devoción mariana en la Santa Iglesia. No se manifiesta en ocasionales o aisladas experiencias suyas que la denoten, como en tantas almas contemplativas se conocen, sino en la intervención habitual de la Virgen a lo largo de su vida, como verdadera Madre y Maestra que acompaña e instruye a su hija y discípula en el fiel seguimiento de Cristo.
Esta presentación ahora hecha de Sor María de Jesús, guarda una relación directa y dependiente con su obra tan conocida la Mística Ciudad de Dios, que lleva como ampliación o subtítulo: Historia divina y Vida de la Virgen Madre de Dios.
Si el Señor en sus designios amorosos quiso que fuera la concepcionista franciscana de Ágreda la cronista de la historia o vida de la Virgen, le dio para ello un cúmulo de gracias sobrenaturales, luces y conocimientos de las Sagradas Escrituras, que la capacitaban para cumplir el encargo que se le confía. La santidad de vida que en Sor María de Jesús resplandece, la hizo merecedora de que su causa de canonización se instruyese a los pocos años de su fallecimiento, dándole entonces el título de Venerable.
La Mística Ciudad de Dios, historia o vida de la Virgen, comienza a tratar de la presencia de María en el plan divino de la creación, predestinada juntamente con Cristo Jesús, su Hijo, Primogénito de toda criatura, para ser su Madre. Por lo que desde el primer instante de su Concepción en la mente divina, fue creada Purísima, Inmaculada, libre de todo pecado. Lo requería su dignidad única de ser la digna Madre de Dios. Y la primera redimida por los méritos previstos de su Hijo, el único Redentor. Era, por eso, merecedora del culto de imitación, ejemplo de su vida de primera cristiana, que a la Iglesia ofrece y que nuestra concepcionista promueve.
Aquel siglo XVII, conocido como el “siglo de la Inmaculada”, por la defensa que el pueblo cristiano hacía de la entonces todavía opinión piadosa, que los teólogos tomistas no admitían, sería proclamada dogma de fe por el papa B. Pío IX en 1854. La obra de la M. Ágreda que la defiende, pasó a ser santo y seña de todos los partidarios y devotos de la Inmaculada. Y por eso mismo combatida por los seguidores de la opinión contraria, a los que se unían los jansenistas, galicanos y los enemigos del culto a la Virgen, que consideraban excesivo. La polémica desencadenada por ello contra la Mística Ciudad de Dios y contra la M. Ágreda, su autora, no terminaría hasta que el dogma de la Inmaculada Concepción fue definido. Sin embargo, no fue igualmente revalorizada por sus adversarios la persona de su defensora, Sor María de Jesús.
Las enseñanzas marianas de la M. Ágreda adquirieron gran difusión entre el pueblo creyente. Las ediciones de su obra MCD son ya centenarias, con cerca de una cuarentena de traducciones a otras tantas lenguas. Las tres últimas ediciones en castellano de la obra completa, en un tomo, 1970,1982, 1992, han agotado y los 20.000 ejemplares. Y ha hecho necesaria la nueva edición que se prepara. La solidez teológica de su doctrina nunca ha sido condenada por la Iglesia, ya que la condenación que sufrió de la inquisición romana en 1681 fue muy pronto sobreseída. Ninguna de las enseñanzas de nuestra concepcionista han merecido rechazo o condena. Sin embargo, toda aquella oposición doctrinal precedente, se fue concentrando contra Sor María y su causa de beatificación, que fue interrumpida, a la espera de que sea de nuevo reabierta.
La MCD ha tenido gran influencia en la espiritualidad de los siglos precedentes y sigue teniéndola en nuestros días. La espiritualidad mariana que promueve, el culto a la Virgen, particularmente de imitación, su devoción filial; las invocaciones como Reina y Señora, Madre y Maestra de la Iglesia, primera cristiana y redimida; discípula de Cristo, Mujer evangélica, Maestra de los Apóstoles, modelo de la Iglesia… constituyen otros tantos puntos básicos de su mariología, que la Iglesia del Vaticano II promueve. La bibliografía Agredana del último cuarto de siglo y de esta primera década del presente así lo prueba con abundantes estudios.
Por cuanto a la mística mariana se refiere, que la contemplativa del Moncayo propone en su obra, “abriendo horizontes insospechados en el alma mística de María” hay que tener presente lo que la Venerable nos dice. Al empezar a escribir la segunda parte de la MCD, con la aprobación divina de cuanto había ya escrito, el Señor le pide como respuesta en su condición de discípula de la Virgen, un nuevo modo de obrar las virtudes y tan alta perfección de vida y costumbres, que…quedé turbada y temerosa de emprender negocio tan arduo y difícil para una criatura terrena, escribe (MCD: 2, n.2, p.337). Es decir: que para poder vivir la vida mariana, imitando a la Virgen como modelo de vida cristiana, tiene que vivirse en una forma nueva, de mayor generosidad y entrega, a semejanza de la bendita Madre, la perfección evangélica y seguir su doctrina.
En el camino espiritual que Sor María de Jesús señala a las almas que quieren seguirlo, siendo en verdad espirituales, la base de su perfección cristiana está en vivirla a semejanza de María: Es la forma de poder seguir los pasos de Cristo, el Señor, hasta llegar a la glorificación de la Trinidad Santa. Son éstas las tres cimas sucesivas en las que culmina la perfección de la vida evangélica. Por María y por Cristo a la glorificación de la Santísima Trinidad.
GASPAR CALVO MORALEJO, OFM
VICE POSTULADOR DE LA CAUSA
DE SOR MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA