Santa Beatriz de Silva

Santa Beatriz da Silva, Fundadora da OIC

Santa Beatriz da Silva, Fundadora da OIC

La fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción, conocidas también como Concepcionistas Franciscanas, fue Santa Beatriz de Silva. Pero ¿Quién fue esta mujer que, por inspiración de la misma Virgen María, dio vida a toda una familia religiosa, fiándose sólo de una promesa como Abrahán? ¿Tiene Beatriz de Silva, quien vivió hace cinco siglos, un mensaje para el hombre y la sociedad actual? Veamos.

BREVE BIOGRAFÍA

Según la noticia biográfica más antigua de que gozamos, aportada por Sor Juana de San Miguel, quien formara parte de la primera comunidad de la Orden de la Inmaculada, Doña Beatriz de Silva y Meneses nace en Campo Mayor, una pequeña villa portuguesa de ambiente rural, probablemente hacia la primera mitad del siglo XV.

Beatriz de Silva fue hija de Rui Gómes da Silva, alcalde mayor de Campo Mayor y consejero del rey D. Duarte, y de Dª Isabel de Meneses quien estaba emparentada con las casas reales de España y Portugal.

Crece Beatriz en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. El matrimonio da Silva-Meneses tuvo once hijos, criados y educados con amor y con esclarecida prudencia. “Por los frutos os conocerán”, además de Santa Beatriz, figuró entre los hijos de este hermoso matrimonio, el beato Amadeo de Silva, quien abrazó en Italia la Orden Franciscana y dio origen a una nueva rama de frailes menores, la de los reformadores, conocidos con el nombre de Amadeistas.

Siendo doncella, Beatriz, se traslada a la corte de la reina Isabel, hija de Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta con Juan II, rey de Castilla. Permanece en la corte como dama de la reina.

Siendo muy hermosa, según afirman todos los biógrafos, Beatriz, aventajaba a todas las demás damas en gracia y dulzura. Su belleza física atraía las miradas de todos, y su nobleza de espíritu despertaba la admiración de quienes la trataban. Fue requerida en matrimonio por muchos de la corte. La misma reina Isabel vio en Beatriz una peligrosa rival, por lo que, por celos y con desenfrenada pasión, la hizo encerrar en un cofre, donde la tuvieron tres días.

Pero, estando Beatriz en este sufrimiento, se encomendó con todo el corazón a la gloriosa Virgen María, quien se le apareció vestida de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos; y, luego de animarla y confortarla con cariño, le encargó la fundación de una Orden dedicada a la honra del misterio de su Inmaculada Concepción, vistiendo las monjas el mismo hábito blanco y azul tal como ella lo traía. Beatriz se ofreció por su esclava y le consagró su virginidad y le rogó confiadamente le librará de aquella prisión. Lo que cumple la gran Reina celestial.

Al cabo de tres días salió doña Beatriz de su prisión como si ninguna cosa de pena hubiera pasado.

Abandona Beatriz de Silva la corte real e ingresa, como seglar, en el monasterio de Santo Domingo el Real.

Estuvo Beatriz en este retiro por espacio de treinta años, durante los cuales permaneció con el rostro cubierto siempre con un velo blanco, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal de su total consagración a Dios. Esperaba así la hora de poder llevar a cabo la misión encomendada por la Virgen Inmaculada.

En el año 1884, Beatriz abandonó el monasterio de Santo Domingo y pasó, con algunas compañeras, a una casa llamada Palacios de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo, que le había donado la Reina Isabel la Católica. Donó también la Reina, la capilla adjunta, dedicada a Santa Fe, santa de origen francés.

Por espacio de cinco años vivieron Beatriz y sus compañeras sin profesar en ninguna orden religiosa ni bajo ninguna regla aprobada por la Iglesia, hasta que, por fin, el 30 de abril de 1489, el Papa Inocencio VIII, por petición de la misma Beatriz y de la Reina Isabel, aprobó la Orden de la Inmaculada Concepción.

Sin embargo, antes de que, conforme al permiso pontificio, iniciara la vida regular en el nuevo monasterio, Beatriz subió a los cielos. No obstante, el monasterio no desapareció y, a pesar de algunas dificultades, fiel al espíritu de Santa Beatriz, con la perseverancia de las compañeras de fundación y el apoyo de la Orden Franciscana, prosiguió su crecimiento y se convirtió en una verdadera Orden religiosa y obtuvo su propia Regla el 15 de septiembre de 1511.

El 28 de julio de 1926, el Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial tributado a Beatriz como a Beata, con lo que podía recibir culto público. Reanudada la causa de canonización en 1950 por Pío XII, Pablo VII la canonizó solemnemente el 3 de octubre de 1976. Su fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.

BEATRIZ, UN MENSAJE PARA EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD ACTUAL

En la homilía de canonización el Papa Pablo VI, hacía referencia al mensaje que “acerca a Santa Beatriz a nuestra experiencia, y que nos permite comprender toda la actualidad del testimonio que ella nos presenta.” Esto ocurría en 1976, sin embargo, sigue siendo válido hoy, en este tercer milenio.

Para describir algunas de las características de la sociedad en la que vivimos actualmente, podemos apropiarnos las palabras que dijo el P. Pablo VI: “Vivimos en una sociedad permisiva, que parece no reconocer frontera alguna. El resultado está a la vista de todos: la expansión del vicio en nombre de una malentendida libertad, que, ignorando el grito indignado de las conciencias rectas, se burla y conculca los valores de la honestidad, del pudor, de la dignidad, del derecho de los demás, es decir, los valores en los que se basa cualquier convivencia civil ordenada.” La sociedad cortesana del período del renacimiento, tal como se nos describe en las crónicas de la época, presenta con mucha frecuencia, aunque con notables excepciones, un panorama en el cual se reflejan algunas tristes experiencias de hoy. Fue el ambiente en el que Santa Beatriz maduró su opción. Ella se dio cuenta pronto de “las pasiones que su excepcional belleza suscitaba” y decidió abandonar la corte y tomar su camino, el de la consagración total a Dios. Beatriz, también decidió que ningún hombre ni mujer le volviesen a ver el rostro, por lo cual se cubrió el mismo con un velo durante todo el resto de su vida terrena.

“¿Exageración?- continúa P. Pablo VI- Los Santos representan siempre una provocación para el conformismo de nuestras costumbres, consideradas sabias sencillamente porque nos resultan cómodas. El radicalismo de su testimonio quiere ser una sacudida para nuestra pereza y una invitación al redescubrimiento de algún valor olvidado; el valor, por ejemplo, de la castidad como valeroso autocontrol de los instintos y gozosa experiencia de Dios, en la límpida transparencia del espíritu. ¿No es acaso ésta una lección de la máxima actualidad para los hombres de hoy?

Beatriz, también hoy nos enseña a nosotros, acostumbrados al espectáculo y a lo fastuoso, que lo más valioso no es lo que más deslumbra a los ojos humanos y que las obras grandes se desarrollan, habitualmente, en medio de una existencia humilde, sencilla, discretamente silenciosa, marco especialmente querido por Dios para hacerse presente y revelar sus secretos más íntimos.

Beatriz nos enseña la espera paciente del cumplimiento de una promesa: “serás madre fecunda de muchas hijas.” Ella espero treinta años ha que llegará el momento oportuno para llevar a cabo la fundación de la orden. En ese tiempo no se desespero, ni perdió la fe ni la ilusión. Espero paciente, confiada en una palabra. Hoy los niveles de vida se miden en beneficios inmediatos, en el rendimiento efectivo y eficaz. Queremos ver rápido el fruto de nuestro trabajo y esfuerzo, nos desanimamos si algo va mal o no sale cuando queremos. Hemos de aprender la sabiduría de la espera paciente y confiada.

Finalmente, Beatriz nos trae una palabra, “la palabra más importante, porque en ella está encerrado el secreto de su experiencia espiritual y el de su santidad”. Esta palabra es: María. María Inmaculada, más concretamente. Santa Beatriz, pone ante nuestros ojos a María Inmaculada y nos invita a seguir a Cristo con las mismas actitudes de la Llena de Gracia: en continua enemistad con el pecado, eligiendo siempre el camino que lleva a la vida, en actitud permanente de fe, sostenida la existencia por la esperanza y dirigida hacia las realidades eternas, en continua alabanza y gratitud. Este legado dejó a sus hijas, disponiendo fuera la característica distintiva de la Orden fundada por ella.

“Es éste un mensaje válido también para nosotros, -nos vuelve a decir Pablo VI- artífices de un progreso que nos exalta y nos asusta al mismo tiempo por su intrínseca ambigüedad, dado que somos portadores de aspiraciones nobilísimas y al mismo tiempo estamos sometidos a humillantes debilidades; para nosotros, hombres modernos “atormentados entre la esperanza y la angustia” (Gaudium et spes, 4). ¿Cómo no sentir la fascinación de María, que “con su materna caridad se preocupa por los hermanos de su Hijo, que peregrinan aún y están puestos en medio de peligros y angustias” (Lumen gentium,62), ¿cómo no sentir la necesidad de extender a Ella nuestras manos, inciertas las más de las veces y titubeantes, a fin de que Ella nos afiance y nos conduzca por lo caminos seguros que llevan a su Hijo?

Esta es la invitación que, como síntesis de toda su experiencia espiritual, nos dirige hoy Santa Beatriz de Silva: mirar a María Inmaculada, seguir su ejemplo, invocar su protección, porque en el providente designio de salvación “La Madre de Jesús… brilla en este mundo… ante el Pueblo de Dios peregrino, como signo de segura esperanza y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor”(Cf. 2 Fe 3,10; Lumen gentium, 68”)