Carisma de la Orden de la Inmaculada Concepción
La Orden de la Inmaculada Concepción (OIC), fue fundada por Santa Beatriz de Silva para “Contemplar el Misterio de Dios en el misterio de la Inmaculada Concepción de María”, es allí donde encuentra toda su raíz y su razón de ser. Razón de ser que se traduce en una relación intensa, acendrada, de la hermana concepcionista con respecto a María, hasta el punto de que “esta vida consagrada, tanto dentro como fuera, se ordene a la gloria de Dios y de su santísima Madre” (Regla OIC).
Esta vocación inmaculista se compenetra profundamente con la espiritualidad franciscana y se formula el rico carisma concepcionista franciscano: la Inmaculada Concepción como centro, lectura evangélica franciscana, en la tradición monástica contemplativa.
Los rasgos fundamentales de la Orden Concepcionistas son los permanentes en la tradición monástica, marcada por la impronta mariana y franciscana: vida trinitaria, comunión plena con Jesucristo, entrega al Espíritu Santo, vida en contemplación y celebración, fraternidad, pobreza y humildad, separación del mundo. Pero todo ello adquiere peculiar hermosura a la luz de la Inmaculada Concepción de María. María, en efecto, es el ejemplo y el criterio, la maestra de contenido y de estilo, la madre amorosa, alegre y sencilla, la Regla de vida. La concepcionista se entrega a vivir el seguimiento, el desposorio con Cristo en las actitudes de María.
La OIC es íntegramente contemplativa. La concepcionista seducida por el amor eterno de Dios, vive el misterio de Cristo desde la fe, la oración constante, la disponibilidad y el ocultamiento silencioso. Como lo vivió María.
Las hermanas llamadas a formar parte de nuestra orden emiten en su profesión religiosa los consejos evangélicos de obediencia, sin propio y en castidad; y un cuarto voto: perpetua clausura. El sentido profundo de la clausura es estar exclusivamente con el Señor.
ACTUALIDAD DEL CARISMA CONCEPCIONISTA HOY
“La concepcionista realiza el seguimiento de Cristo, a ejemplo de María, en el silencio que facilita la escucha de la Palabra, en la obediencia a los planes de Dios sobre el mundo y la propia persona, en las sencillas tareas cotidianas de la vida y en la entrega generosa de la capacidad de amar, del deseo de poseer y de la libertad de disponer libremente de la propia vida.” (Const. Gen. OIC, 13).
María Inmaculada es, después de Jesús, el parámetro humano más claro y exigente que se pueda encontrar y al que se pueda aspirar. Y si el eje central del carisma de la OIC es la Inmaculada Concepción de María, pues ésta está obligada a asumirlo, vivirlo, proclamarlo y testimoniarlo a todos los hombres.
María, fue la fiel oyente de la Palabra del Señor, por eso pudo escuchar la voz que le hablaba y pedía de ella una respuesta, no forzada, si no generosa y libre: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1, 38). Ella obediente a los planes de Dios a su propia persona, aunque no entendía no se reveló, no por miedo, si no por fe. María viéndose tan pequeña ante Dios, se abandonó en Él y se entregó, dejándose amar totalmente por el Señor de su vida.
Pero, esa entrega generosa de María al Señor, se reflejó en el servicio a sus hermanos y en su testimonio de vida. La vemos en el Evangelio sirviendo a su prima Isabel en su preñez y a unos novios en su boda. Como la discípula de Jesús. La humilde, la sencilla. La que “guardaba y meditaba todas las cosas en su corazón.” Es la mujer fuerte en la cruz, de pie, junto a su Hijo, aceptando ser Madre de toda la humanidad. La mujer orante con la Iglesia naciente, apoyándola e intercediendo por ella. Es por todo esto y más por lo que la Virgen Inmaculada es un modelo para todo los hombres y mujeres, que desean seguir las huellas de Cristo.
La vida de las monjas concepcionistas franciscanas ha de ser una imagen de la vida de María Inmaculada. No hay más modelo que Jesucristo y su santísima Madre. Y así lo testimonian: En un mundo lleno de ruidos, prisas y desamores, ellas en el retiro y el silencio de su convento y, sobre todo, en el silencio del corazón, están atentas a la Palabra de Dios para discernir su voluntad, escuchar su llamada, para dejarse amar por Él y poder amar así al mundo. La concepcionista, cuando hace la “entrega generosa” de su capacidad de amar (el consejo evangélico de castidad), no reduce su capacidad de generar amor, al contrario, crea un espacio al otro dentro de sí misma, para hacerlo crecer; es decir, esa “entrega generosa” la hace fecunda, una mujer llena de vida y que da vida. No se “encierra”, en ella cabe el hermano: el hombre, la mujer necesitados de escucha, de palabras de aliento, de falta de amor y cariño. Cuando ora lo hace por toda la Iglesia y por todos los hombres creyentes o no.
Cuando las Constituciones Generales de la Orden de la Inmaculada Concepción la definen como “íntegramente contemplativa” no significa que no sea una orden apostólica. La contemplación es su apostolado. Y la contemplación, más que un hacer concreto, es la actitud de espíritu de quien está siempre en búsqueda, de quien es peregrino de la fe, de quien está dispuesto a dejarse instruir, no sólo por las personas, sino también por los acontecimientos, como María, a quien Juan Pablo II definió como peregrina de la fe, porque “guardaba todas estas cosas contemplándolas en su corazón” (Lc 2, 19.51).
La concepcionista “en actitud permanente de fe”, como María, sabe que Dios sale a su encuentro en su pequeña historia personal, pero también sabe que le sale a su encuentro en la gran historia de la humanidad y en los signos de los tiempos, con los que ella está en “constante diálogo” (Cf. Const. Gen. OIC, 7). La gran misión de las concepcionistas hoy, en esta sociedad actual tan alejada de Dios, es precisamente, crear espacios sagrados en los que habite Dios y se haga posible el encuentro con Él. Y esto es posible porque: “Gracias a su vida firmemente arraigada en María es que ellas (las concepcionistas) portan o dan espiritualmente al Hijo de Dios al mundo. Así la Iglesia vive de nuevo en las almas. En este sentido María es el prototipo de todas las mujeres y de todos los hombres.